La pareja. ¿cielo-infierno...?
La pareja:
¿cielo-infierno...?
“-¿Que haces tú
para sobrevivir?
-Siempre disfruto de la belleza...”
James Bond[1]
Decía Jean Paul
Sartre, el célebre existencialista francés, que “el infierno es el otro”.
Bueno, puede ser. Aunque otros han dicho, no con menor razón, que el verdadero
infierno es en realidad el no - otro, la incapacidad de amar; y, más en
general, la imposibilidad de relacionarse verdaderamente con personas reales.
Cuando las sustituimos imperceptiblemente por encarnaciones de los propios
fantasmas, por proyecciones personales disfrazadas de congéneres.
Más
recientemente, valga la anécdota como complemento a la introducción, ha llegado
a las pantallas de cine un biopic sobre el pintor británico Francis Bacon que
se titulaba en castellano “El demonio es el amor”. Excelente ejemplo visual, en
la película, de la incapacidad de estimar de verdad, que llega a transformar al
ser amado en objeto del propio capricho, que confunde el amor con el deseo (que
no es para nada la misma cosa, desde luego) y que acaba lógica y
significativamente con el suicidio del amante.
Sea pues que el
demonio sea el otro o que el demonio sea el amor, podríamos decir que ambos
caminos convergen en la pareja, en el sentido de que ésta fuera un Otro de
Amor, o un Amor de (a) Otro. Detengámonos por un momento en este aparente juego
de palabras.
Si la pareja es
Un Otro de Amor, tal como estoy proponiendo, lo andaremos buscando como locos,
puesto que el Otro que conocemos es precisamente Un Otro de Desamor, en la
mayoría de los casos. Un Otro de Falta... dice Lacan. En mis palabras un Otro
de Falta... de amor. Una entelequia sin corazón. Un personaje, no una persona.
Alguien / Algo puesto como alien, precisamente. Recordemos la película del
mismo título: “Alien”. Surgido en el proceso de constitución del yo como
alienado y como alienante, pero que es en realidad una voz nuestra deformada
que no podemos reconocer fácilmente como propia. Me parece que esta es una de
las grandes aportaciones de Lacan, el concepto de Otro y su papel fundamental
en la constitución del yo. Desde luego. Desde entonces.
Hemos, quien más
quien menos, construido un fantasma, con aspectos terribles en un plano poco o
nada accesible a la conciencia (al darse cuenta, percatarse o caer en ello),
que nos está diciendo - de manera harto imperceptible, he ahí el truco - “No”
la mayoría de las veces, en la mayoría de las situaciones, en la mayoría de
pensamientos, sentimientos, deseos y acciones. “Eso que tú estás... pensando,
sintiendo, haciendo... NO... es bueno, útil, inteligente, oportuno, decente,
adecuado, sano, propio de ti...”. Ese famoso Super-Yo o Super Ego, “eso que se
disuelve en alcohol” como dice Juan José Albert, una de las definiciones más
brillantes que he oído al respecto. Con diferencias, el Mandón ó Perro de
Arriba (underdog) en gestalt.
Así que es
lógico que busquemos otro Otro, un Otro de Amor esta vez, presumiblemente.
Alguien con quien poder vivir el Sí. Poder “asegurarnos” - y ahí empiezan los
problemas... ñ la posibilidad de recibir, periódicamente al menos, como mínimo
una dosis autoñadministrada ñ pero en presencia y bajo la mirada de otro - de
amor; o una dosis ajena accesible por próxima y cotidiana, viviendo en la misma
casa y bajo el mismo techo. Una dosis de “Sí... es Ok eso que estás pensando,
sintiendo, haciendo, deseando”. Un Gran Apoyo en la vida. Un Gran A-poyo.
Un Gran “A”: “ a
/ A: Se trata de la primera letra del alfabeto lacanista. (...) El primer lugar
que ocupa en la serie alfabética es seguramente el que sirve para designar con
esta letra a minúscula el lugar originario del deseo, de su pulsión, como
contradistinto de la necesidad: a representa el objeto del deseo y el objeto
causa del deseo a la vez, objeto perdido, en la medida en que con este símbolo
y concepto se marca el déficit constitutivo, el carácter de <eternamente
ausente que este objeto a supone... inscribiendo la presencia de un vacío que
cualquier objeto podrá venir a ocupar>”[3]“Con
su intervención, el otro refiere de modo inmediato al niño a un universo
semántico y a un universo discursivo que es el suyo (es decir el del Otro). A
este respecto, el otro que inscribe al niño en este referente simbólico se
reviste él mismo en el lugar del niño como un otro privilegiado: el Otro
(Autre)”[4]
(Me doy cuenta
de que estoy “jugando” con la polisemia del término Otro/otro, y eso puede
crear una cierta sensación de confusión en el lector, por cuanto el vocablo no
tiene siempre el mismo universo semántico en cada uno de sus usos en esta parte
del texto. Ruego al lector que acepte el juego momentáneamente, y que disculpe
una frivolidad que en el fondo, a fuer de ser sinceros, no me disgusta del todo
y que, sobre todo, me parece hasta un cierto punto necesario para lo que
pretendo decir. Dicho esto, sigamos)
Pero también la
pareja es Un Amor De / A Otro. Quizá esa polaridad señalada a ambos lados de
esa barra sea una buena metáfora del Camino de la Pareja, de la Gesta (QuÍte en
francés, Quest en inglés) de la Pareja, de lo que ocurre - o no y forma parte
principal del asunto el cómo manejarlo - en las parejas que triunfan, que se
consolidan, que crean y recrean la vida.
Entonces
podríamos decir que de lo que se trataría en la pareja es de pasar y transitar,
pues, del amor de Otro al Amor a otro. Pasar de un pequeño amor a un Gran
Objeto, que todo lo devora y todo insatisface, a un Gran Amor a un pequeño
objeto, es decir a una persona cualquiera, a la persona que elijo amar, donde
elijo depositar mi amor conyugal, mi amor a hombre o mi amor a mujer, con quien
me propongo aprender a amar con todos los colores del arco iris. Que no
entiende uno a estas alturas de la vida que pueda ser de otro modo. Pues la luz
no parece elegir ni prohibir colores. Solo luce... o no.
Pasar entonces
de poner el énfasis en lo que recibimos, con lo que damos como fondo, a ponerlo
en lo que damos, con lo que recibimos de fondo. Pero no tanto por moralina,
mojigatería, o falsa generosidad (“hay
que ser buenos y amar al prójimo” y todas esas cosas... que también, claro)
Sino, sobre todo, por haber vivido y registrado adecuadamente la experiencia de
que “lo que más me nutre es lo que doy”, bien dado, en todos los sentidos de la
expresión “bien dado”.
Ir pasando en la
vida de entender el amor como el amor que me llega, a entenderlo más bien como
el amor que hago llegar, pues es el ser conscientemente amante/amado el que
está satisfecho. Siempre con el que recibo como fondo en un buen equilibrio (
que se desajusta continuamente, claro, como la vida) Lo divino y lo diabólico,
juntos, funcionando continuamente; como (casi) siempre, por cierto...
“El Amor es
insensato, no razona.
La Razón busca
un beneficio.
l Amor se te
declara,
consumiéndose,
inmutado.
(...)
Sin causa, Dios
nos dio el Ser;
sin causa,
devuélvelo otra vez”[5]
Así que,
volviendo a nuestro hilo discursivo, digamos que muchas personas podrían
afirmar que el diablo es la pareja (que “la pareja es un infierno”,
vamos...) Así es también para quien
escribe... en parte. Así es mi experiencia en el asunto, en efecto, con las dos
mujeres con quien me parece haber decidido ir aprendiendo a amar.
Diferentemente, desde luego (¡ Ay, Dios, qué difícil ¡) Recordemos en este
sentido de lo infernal de la pareja los viejos chistes populares sobre el
matrimonio, sobre el casarse y morirse a la vida del deseo, especialmente para
los hombres, claro, en una cultura patriarcal como la nuestra...
Pero también
encontraremos muchas personas que dirían de la pareja que más bien es el cielo.
También estoy de acuerdo con eso, “¡vive Dios!”... que decían los antiguos. O personas que
dirían que la pareja es al menos un lugar tan deseado como ese archinombrado
mundo de nubes, el cielo algodonoso y angelical, sobre todo para quien no la
tiene (la pareja), para quien no la suelta para nada y de ninguna manera, o
para quien sólo la imagina para no vivirla, sobre todo.
Otros han
propuesto, por último, que la pareja es una escuela[6],
una gran Escuela de Trabajo Interior donde aparecen una y otra vez los aspectos
mejores y peores de las gentes, como una oportunidad para trabajar con ellos de
un modo harto particular y mejorarse como personas. Otra vez asiento, esta vez
especialmente. Muy especialmente. En una versión quizás más prosaica de esto
último coincidirían probablemente los que acertaron a conseguir la pareja, a
conservarla y, sobre todo, a gozarla sufrirla, es decir, a vivirla tal cual y a
sentirse satisfechos de su opción. Posición no más valiosa, pero tampoco menos,
que los que optaron por una alternativa diferente.
O sea, que la
pareja es en cualquier caso trabajosssííísssima, cansadííísssíma; requiere un
esfuerzo de mantenimiento y puesta al día prácticamente constante o, cuanto
menos - como sabemos los terapeutas y los que hemos optado por ese modo de
vivir y de aprender - periódico u ocasional cuanto menos. Y a veces se rompe. Y
ya.
También hay
excepciones. Parejas que simplemente están juntas toda la vida y están bien; y
que han hecho todo esto de una manera natural, espontánea, prácticamente sin
enterarse y poco les importa, desde luego. Tienen razón, seguramente porque
tienen o han tenido “gracia”. ¡ Quién no se ha emocionado con esas parejas de
abueletes que llevan juntos toda la vida, que discuten y se callan con el mismo
honor y rigor, que parecen funcionar con un ritmo conjunto extrañamente
integrado ¡ y que se miran de vez en cuando...
¡de una mannneeeraaa!
El Nosotros
Experiencia del
nosotros, del “algo / más / que / yo”,
en ambos sentidos del adverbio más: el que evoca mayor que, y en el que
evoca otra cosa que yo. Una experiencia que está en la base y constituye
probablemente un fundamento esencial de la vivencia de Dios, de la
espiritualidad, de la experiencia religiosa, del re-ligarse con. Y ésta me
parece algo tan necesario a la vida como el comer o el dormir. Aunque, como decía
Maslow, con diferente jerarquía según el entorno de la persona. Sea como sea
que uno le llame o se lo cuente a sí mismo: Energía, Humanidad, Naturaleza,
Dios, Tao, Vida, Azar, Cosmos, Budeidad, Solid ñ aridad... Por cierto, que esta
última palabra nos lleva etimológicamente a estar soldados o devenir sólidos
estando juntos, a través de una “entera comunidad de intereses y
responsabilidades”[8]
“Discutible”
dirán algunos. Por supuesto. Afortunadamente. Sólo así se mantiene vivo ese
gran asunto. De otro modo es fácil que lo vivo se con- vierta en institución,
que se vierta el líquido de la jarra que lo contiene. Y ahí se suele morir a la
vida y transformarse en “algo raro” ( sectarismo, fanatismo... “ismo”: tomar el
todo por la parte y la parte por el todo, tomar el objeto por la esencia y ver
la esencia en el objeto... en el mal sentido o sentido confusional de todos
estos términos) Casi todos los que hemos intentando o participado alguna vez en
algo así hemos cojeado, cojeamos o cojearemos del mismo pie. ¿No le parece al
lector...?
Quizás sea de
esa manera que podamos entender (también), de un modo simple, por qué algunos
dicen que el matrimonio es un sacramento, es decir algo sagrado: entre otras
cosas, porque sagrada es la creación de algo ( honorable si es noblemente) y,
desde luego, en la creación, en ese sacer facere en este caso de ese nosotros
de la pareja, un ser plural no existente hasta entonces, reencontremos
probablemente una parte divina de lo humano, el aspecto creador no-objetual de
las personas y de los grupos, sin el cual quizás la existencia sería tan
insípida... y tan difícil.
Pero claro, quid
pro quo, intimidad por intimidad (y volvamos a la pareja) necesariamente
evocamos en ella más o menos conscientemente la otra gran situación de
intimidad que tuvimos cuando éramos niños: la familia de origen, el vínculo
fundamental con la madre, el padre y los hermanos cuando los hubo; además de
con la familia extensa ( abuelos, tíos, primos, vecinos, amiguitos...) y con la
cultura y lo social en un sentido más amplio.
Así que es
fácilmente entendible desde ese punto de vista que en la pareja repitamos sin
darnos cuenta los guiones, roles y automatismos que incorporamos cuando
estábamos construyéndonos como personas. Hábitos y patrones probablemente
útiles entonces ya que nos evitaron la muerte, enfermar más o menos gravemente,
o la locura. Pero que al pasar de agudos a crónicos, de constituyentes a
inconscientes, de pertinentes a inadecuados por automáticos (por haberse
convertido en in - pertinentes) devienen en un lastre que nos hace confundir
con mucha facilidad a nuestra mujer con nuestra mamá o con nuestro hermano
menor, a nuestro marido con nuestro padre (o su opuesto) o con aquella abuela
que fue tan importante en nuestra infancia. Como iconos totales o parciales, referidos
a algunos o muchos aspectos. Problemas de la “maravillosa” fusionalidad del
nosotros...
Decía hace poco
una participante en un grupo terapéutico, en uno de los escritos que formaban
parte del trabajo:
“ Para mí ha
sido realmente fulminante ver cómo repito con los hombres <lo pendiente con
mi padre>, como decís vosotros. Hasta hace poco yo siempre pensé de mí, y
presumí ante mi gente, de ser una persona muy libre. Me sentía libre porque no
me enganchaba en ninguna atadura afectiva. Siempre llegaba con los hombres
hasta donde yo quería - o hasta donde yo creía que quería, visto desde lo que
estoy viendo estos días... ñ y me sentía supersatisfecha y ufana de sentir que
era yo quien llevaba las riendas de mis relaciones. Me sentía (y todavía me
siento en gran parte, tengo que reconocerlo), como una mujer madura libre de
los rollos y convencionalismos sociales, capaz de diseñar autónomamente el tipo
de relaciones con los tíos que yo quería. Tatatín... Bueno, creo que no es así. Para nada... En
realidad me resulta bastante claro cómo esa mujer superguay, esconde una niña
dolida e insatisfecha, “colgada de la mirada de su papá”, que busca en los
hombres aquello que tuvo y perdió. ¡Qué doloroso recordar todas las camas que
he visitado para finalmente sentirme siempre vacía...! (...) Eran sus ojos lo
que yo buscaba y no sus sábanas. Pero siempre supuse - sin darme cuenta de que
tenía instalado en el coco ese pensamiento - que nunca podría obtener “aquélla”
mirada sino ponía las tetas - con perdón - por delante... Hoy empiezo a ver,
mejor a sospechar que, como dice aquella canción que escuchamos, “ lo que está
bien perdido ni se busca ni se encuentra...”. (...) Es muy doloroso, y al mismo
tiempo, extrañamente, es como un soplo de aire fresco. Entre otras cosas porque
la siguiente sospecha es que quizás también yo tenga alguna mirada que ofrecer.
Y que éste pueda valer la pena para alguien, sin o con mis tetas por delante.”
No siempre
tenemos la suerte de llegar a clarificar tanto las cosas, pero el eje de
lectura es siempre el mismo, o al menos muy similar en la mayoría de los casos.
Digámoslo de nuevo de forma resumida:
Solemos pensar, sentir y actuar con nuestra pareja, imperceptiblemente,
he ahí el meollo, según un patrón preestablecido, más automático de lo que
pudiera parecer. Patrón o guión construido durante los primeros años de nuestra
vida, en función de nuestra relación fundamental con nuestra figura materna y
nuestra figura paterna, y más en general con el entorno.
La figura
materna no es exactamente la persona de la madre, aunque es a partir de ella
fundamentalmente (pero no sólo) que construimos el Personaje Mujer, digamos, y
también el Personaje Otro con el que vamos a inscribir los patrones vinculares
fundamentales de nuestra vida, las micro-pautas automáticas que están presentes
o se disparan en determinadas situaciones de contacto con los otros y con el
mundo. Algo similar ocurre con la figura paterna y el padre. Sobre esto
abundaremos en el capítulo 11 al abordar el concepto del Nombre del Padre en
Lacan.
En cualquier
caso digamos que son figuras análogas a un personaje de ficción elaborado a
partir de retazos de nuestro padre /madre real, pero sobre todo a partir del
tipo de vínculo establecido. Así como, en menor medida en general, a partir del
establecido con los otros personajes importantes de nuestra infancia: abuelos,
tíos, primeras maestras y maestros, hermanos, amigos importantes a quien les
hemos atribuido un lugar de referencia en nuestro olimpo particular, etcétera.
Dicho de otro
modo, construimos inconscientemente una idea de hombre y una idea de mujer con la que nos vamos a
relacionar durante toda nuestra vida, como un esclavo con su cadena. Recuerdo
con frecuencia a este respecto lo que me decía mi analista muchos años después
de separarme de mi primera mujer: “ Tu no estás colgado de X, estas colgado de
la idea de matrimonio con X”. Todavía hoy resuena con fuerza aquella frase.
Idea de hombre o
de mujer, así pues, a obtener a cualquier precio, de la que huir como del
fuego, a la que dominar sea como sea, por la que ser doblegad@ cueste lo que
cueste. Contra quien vengarse por el abandono, la violación o el abuso de
El/Ella. A quien esperar durante toda la vida como al príncipe azul; a quien
despertar inexorablemente ñ repito, inexorablemente, ahí está lo fundamental
del asunto - como a la bella
durmiente...
Dice Paco
Peñarrubia: “ Confluencia. Consiste en la pérdida de límites entre uno mismo y
el entorno, fundiéndose con el afuera. El confluyente es el que se queda
pegado, el que confunde identidad con unión, comulgando ñ sin diferenciación -
con los sentimientos, ideologías y conductas del otro o de su grupo de
referencia”[10]
Y continúa citando a Perls: “La confluencia implica la no-existencia, o el no
darse cuenta, de los límites. La confluencia en el adulto es fijación
sado-masoquista disfrazada de amor. El odio es la codicia frustrada de
confluencia. El contacto es la apreciación de las diferencias”[11]
Sin darnos
cuenta. Todo esto suele ocurrir de un modo harto imperceptible. Porque en la
medida que nos vayamos dando cuenta la cosa puede empezar a moverse. De darnos
cuenta en el sentido de otorgarnos la
posibilidad de registrar ( contar, como quien hace palitos en un árbol o en una
libreta) la experiencia, de manera que podamos recordarla después, cuando se
vuelva a repetir.
Entonces puede
ser, o no, que las cadenas se puedan ir disolviendo, y que las ideas se puedan
ir convirtiendo primero en encarnaciones más reales y después, paradójicamente,
en humo que se puede llegar a deshacer como el viento... algunas veces, hasta cierto grado, más o
menos...
Ahora bien,
seamos cautos: sea como sea siempre van a estar ahí. Sin embargo su influencia
en nuestra vida y en nuestro hacer pueden ir cambiando en la medida en que las
vayamos conociendo. Digamos que pueden llegar a ser más manejables y, por lo
tanto, conforme vamos ganando saber sobre nosotros mismos, podemos ir ganando
libertad interna, entendida ésta como la posibilidad de pensar, sentir y actuar
desenganchado incluso de uno mismo, y no sólo del Otro (padre, madre, sociedad,
pareja, estado, etnia, nación, partido, grupo...) Que no es poco.
Una manera experiencial de entrar en ello
Es un
“no-ejercicio” que, para que funcione, implica una apertura emocional,
corporal, mental y anímica que puede asustar o inquietar a las personas con
poca práctica en ello, y que puede distorsionar a personas con la salud mental
alterada. Sea esto por la mucha intensidad o sea por su déficit. Es decir, que
si uno no se siente seguro, no se abre; y si no se abre no ocurre nada de lo que
se supone que tendría que ocurrir. Mi consejo pues es buscar un@ terapeut@ o,
en su defecto, una muy buena y experimentada compañía, teniendo en cuenta las
diferencias que existen entre ambas opciones. Que, como las meigas, “haberlas
hay-las...” Dicen que quien avisa no es traidor, y los años de experiencia
profesional le dan a uno una mucha prudencia... Dicho esto, vamos a ello:
0. Busca un
lugar tranquilo y acogedor que te permita relajarte, aislarte de interrupciones
y tener al menos un par o tres de horas garantizadas de soledad. Yo le llamo
buscar un “nido”. Un lugar donde te puedas sentir segur@, un lugar donde te
echarías una siestecita o te pondrías a escuchar tu música preferida, o a leer
un libro que te gustara o a meditar si acostumbras. Donde sientas que estás en
confianza y puedes bajar la guardia.
Si eres un
hombre déjate evocar la figura de tu madre; si eres una mujer la de tu padre. A
veces también exploramos el vínculo hija-madre e hijo-padre, con resultados
sorprendentes y por elaborar todavía. A modo de aperitivo decir algo bastante
evidente: Los vínculos hijo-padre, por ejemplo, muestran un tipo de relación
muy primaria que no está recogido, para nada, en lo que se llama complejo de
Edipo. Aparece con frecuencia lo que podríamos denominar el padre antes del
Edipo, u otro padre que el padre-rival por la madre. Dejaré para otro momento,
una vez más, el entrar adecuadamente en ello.
Entonces,
escribe en un papel todo lo que no te gustaba de ella/él cuando eras pequeñ@ en
forma de rasgos de una lista; todo lo que consideras o considerabas negativo,
dañino, molesto; todo lo que, según tú, hizo mal, equivocó. Todo lo que le
criticas (o le criticarías si te dejaras, o pudieras no dañarle, o te
arriesgaras a ello sabiendo que es sólo un ejercicio) Escríbelo con la máxima
intensidad odiosa de la que seas capaz (si exageras es más fácil) y, en la
medida que sepas, dejándote sentir las emociones que acudan a ti mientras lo
escribes. (Recuerda que es algo secreto, que no está pensado para que él /ella
lo lea, de esa manera al menos)
Pídele a tu
compañía que se ponga a tu lado. No hace falta que haga nada especial, excepto
estar contigo, establecer eventualmente un leve contacto corporal u ofrecerte
su abrazo (sólo si tú se lo pides) en el caso de que te asalte la emoción
intensamente y necesites - o simplemente desees - consuelo, contacto,
sostenimiento corporal o reposo para dejarla salir. Pon frente a ti una silla
con asiento acolchado o un cojín en donde vas a colocar imaginariamente a tu
padre o a tu madre. Léele la carta en voz alta, muy despacio, pronunciando bien
las palabras, y haciendo pausas y silencios ( y “entre - teniéndote” escuchando
tu respiración, por ejemplo) Permite que tus palabras resuenen dentro de tu
cuerpo como si éste fuera una caja de resonancia o un instrumento musical (como
un violonchelo o un piano pongamos por caso) Te puedes acompañar, si eso no te
distrae, con una música a un cierto volumen que sepas que a ti te suela
conectar con lo emocional, que te toque el corazón. Siempre que no te distraiga
en exceso. Pon atención a tu respiración, no intentes calmarla. Respira no por
la nariz, sino con la boca entreabierta y las mandíbulas lo más sueltas que
puedas. Permite que tu respiración crezca en intensidad, largura en la
expiración, sonoridad, amplitud... y déjate intercalar - si es el caso - los
suspiros, ayes, gritos, bufidos, alaridos, exhalaciones, gemidos... que te
vengan.
Recupera de vez
en cuando la conciencia de que frente a ti “está” tu padre o tu madre. Es
posible que te vengan las ganas de golpear, tocar, abrazar, acariciar, escupir,
morder, chupar... la silla o el cojín. Hazlo con el cuidado (ojo la compañía a
los accidentes) de que seas capaz, pero sin restarle intensidad al asunto,
buscando un punto de equilibrio entre ambas cosas.
Una vez hayas
terminado (no hay prisa ni tiempo, aunque suele ser suficiente con 30-60
minutos) reposa, descansa (si puedes y sabes, mejor en brazos de tu compañía)
No termines ni te quedes sol@ hasta que no estés segur@ de que has recuperado
la conciencia ordinaria, y de que el contacto con el mundo normal y con los
objetos de la vida cotidiana es como siempre (aunque es posible que notes
algunas diferencias)
Deja pasar
algunos días (y ten la precaución de asegurarte de que vas a encontrar compañía
si la necesitas o la deseas durante ese tiempo) y escribe, en tu diario si lo
tienes o practicas, o en alguna libreta o papel, todo lo que te vaya viniendo
sin censura, sin intentar entender lo que escribes y, por supuesto, sin que
tenga que ser nada lógico o razonable, o necesariamente “ bueno”. “Todo lo que
te vaya viniendo” quiere decir escribir sin pensar ni releer lo que escribes.
Por ejemplo escribir con la mano izquierda si tú normalmente eres diestr@; o
simplemente escribir todos los pensamientos, emociones, imágenes, sueños,
recuerdos, asociaciones, dibujos, gráficos, colores, refranes, escenas de
películas o libros... que acudan a ti en el momento de estar escribiendo.
Procurando controlar lo menos posible lo que escribes, vamos.
A veces no viene
nada que escribir. No te asustes si te notas extrañ@. Insisto y te recuerdo que
si la cosa sientes que se te va de las manos, quizás es un buen momento para
solicitar una ayuda profesional, ocasional o no, o al menos una buena compañía
amistosa y, sobre todo, competente.
Si sientes que
te gustaría hacer una segunda pasadita, como cuando uno pinta una pared o
barniza un mueble, tener una segunda oportunidad ahora que ya sabes de qué va,
que ya has saboreado cuál es el color del asunto, date la ocasión si a ti te lo
parece verdaderamente. Como se dice en los libros de auto-ayuda y en los
manuales de instrucciones de los aparatos electrónicos o electrodomésticos:
“vuelva usted al paso 4” .
Es decir, date la posibilidad de hacerlo una segunda o tercera vez si lo
consideras necesario u oportuno. Pero ten en cuenta que obsesionarse con algo
implica un cierto grado de autoexigencia que suele ser incompatible con la
actitud blanda de aceptación, necesaria para que este “no - ejercicio”
funcione adecuadamente. Quiero decir que
la actitud requerida para que esto sea útil es más bien un dejarse encontrar, y
no tanto un buscar algo en concreto.
Cuando hayan
pasado unos cuantos días, por ejemplo una semana, más o menos, plantéate esta
pregunta: ¿ no será el odio-resentimiento un deseo (¿necesariamente¿)
frustrado... ¿ Es decir, déjate sentir el deseo hacia tu padre/madre que podría
haber debajo, junto o antes del odio, antes de que el deseo fuera limitado,
antes del dolor o de su negación a través de la rabia, la anestesia, el
oscurecimiento anímico o el endurecimiento del corazón, por ejemplo.
Haz con esta
carta lo mismo que hiciste con la anterior. Date de nuevo la ocasión de
revisitar la estación si lo consideras necesario, o si tienes la impresión de
que pasaste demasiado deprisa o demasiado superficial o miedosa/tensamente; o
porque tú lo decides así, simplemente porque te gustaría.
No son éstas
preguntas para ser contestadas, aunque a veces aparece repentinamente algún
tipo de flash y entonces, claro, vale la pena aprovecharlo. Son más bien
preguntas para interrogarse con ellas. Así como uno se abanica con un abanico
se puede interrogar con preguntas. Asistiendo al proceso de escuchar lo que
sale sin empujar hacia ningún lado y sin rechazar en principio nada de lo que
venga, por extraño o absurdo que pueda parecer a primera vista. Respetando el
proceso, dejando hacer al Maestro Tiempo. Haciendo más énfasis, al principio al
menos, en la pregunta que en la respuesta o respuestas. Enfocando y destacando
la Experiencia de Interrogarse, sus aspectos corporales, emocionales,
racionales, icónicos, espirituales... Lo que sale en forma de pensamientos, de
sensaciones, de emociones, de imágenes, de intuiciones, de razonamientos, de
escenas...
Cómo alguien
dice de la pintura de Miquel Barceló: “ En todo caso su preocupación no son los
géneros, ni los materiales, ni las técnicas.(...) La cuestión es saber donde
está cada uno, descubrir lo nuevo en lo viejo y lo viejo en lo novedoso, el
substrato permanente en aquello que está sometido a un cambio acelerado y el
cambio en aquello que parece inerte. Y saber qué hacer con todo ello.”[13]
Si arribamos a
ese puerto, y cada cuál tenemos los nuestros, y no suelen ser los mismos para
todo el mundo ni en todo momento, honramos a la Vida, me parece, con lo que
hemos venido creando a lo largo de nuestras pequeñas vidas del orden del deseo,
del odio, del desamor, de la distancia, del aprendizaje, de la fusión, del
amor... ¡de la creación¡ Y quizás entonces por ahí arriba a Alguien / Algo se
le escape una leve sonrisa de complacencia... nos Mire, y nos otorgue quizás un
leve suspiro en un hálito de Gracia. Oj-Alà...
“De cuando
estuve loco aún conservo
el carné de
majara en la cartera,
un plano
detallado del infierno,
un cielo con
pirañas y goteras.
un prontuario en
la comisaría,
un frasco de
pastillas de colores,
la carta con la
que te despedías
y remedios varios
contra el mal de amores.
(...)
Cuando rozo tus
pétalos, nenúfar
que sobrevive en
aguas estancadas,
saltan chispas,
los cables se me cruzan,
se me sube el
mercurio
y me salta la
alarma.
(...)
Joan Manuel Serrat.
“De cuando estuve loco”[14]
[1] James Bond, que le
contesta a “ella”, la Chica Bond, en una escena de cama de la película “El
mundo nunca es suficiente”.
[2] Aragon, L.: “Le passage de
l´Opéra”. La Revue Européenne, juin-setembre 1924; citado en
Varios: Le surréalisme et l´ amour. Pavillon des Arts. Paris. Ed.
Gallimard. 1997. p.19.
[3] Garate, Obra citada p.
35. #.
La cita es de Dor, J.: Introduction a la lecture de Lacan, vol.I, p.185
[4] Dor, J: Obra citada p.187.
Citado por Gárate, I.: Obra citada P. 36
[5] Rûmí: Mathnavi.
Edicomunicación. Barcelona. 1990.VI, p.1967-1974
[6] No puedo por menos de
evocar aquí el excelente trabajo al respecto que realiza Suzana Stroke en
España y en otros países desde hace años. Lo que han contado aquellos de mis
pacientes y alumnos que han acudido a sus cursos es siempre provechoso.
[7] Gibran, G. J.: El Profeta.
(“Del matrimonio”) Gracias Annie y Paco por el texto... y por lo otro.
[8] VOX: Dicc... Obra citada,
en www.diccionarios.com
[9] De Vitray, Obra citada p.
35-36.
[10] Peñarrubia, F.: Obra citada. p. 127.
[11] Perls, F.: “Teoría y
técnica de la integración de la personalidad” en Stevens, J.O. Esto es gestalt.
Cuatro Vientos. Santiago de Chile. 1978, citado en Peñarrubia, P.: Obra citada
p. 127. #.
[12] Por ejemplo en lo que se
llama Taller de Relaciones Parentales, también conocido como Fisher, Fisher-
Hoffman, Proceso HFN, Solaris... de dónde siento haberme inspirado principalmente
para elaborar lo que cuento. Así como también, claro, en una parte del Taller
de Sexualidad, trabajo intensivo que vengo desarrollando desde principios de
los ochenta.
[13] Barcelò, M.: Obra citada
p.27.
[14] Serrat, J.M: “De cuando
estuve loco”. En Besos en la boca. Ariola -BMG.2003